Esta frase suele expresarse así: “Quiero hablar con el dueño del circo”, dando por sentado que el interlocutor conoce el final, o en su versión completa, que incluye el famosos remate: “…y no con el mono”. No existen datos fehacientes, pero se le adjudica un origen porteño. A diferencia de muchos otros latiguillos orales, tiene una aplicación muy concreta, pues sólo la dice quien llega a un lugar para hablar con el mandamás y es atendido por un empleado o por una persona que no tiene poder de decisión. Como el visitante pretende resolver una cuestión importante, no admite hablar con alguien que no sea el patrón, el jefe o el capo del lugar. Suele ocurrir que el recién arribado no lo haga de muy buen humor y por eso le espeta la hiriente expresión al primero que lo atiende, tratándolo de mono. Hay casos en los que se usa a modo de cargada, sin inyectarle la cuota de agresión antes referida.
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