Frase útil para minimizar el valor o la gravedad que puede presentar una situación problemática. De hecho se acepta que se trata de un conflicto, pero que tiene solución o, directamente, que no merece demasiada atención. La frase, muy extendida en el hemisferio occidental, ha cobrado nuevas ínfulas al tenor de muchos acontecimientos y predicciones que señalan que, realmente, el fin del mundo está cercano. Tanto por lo que anuncian los textos bíblicos como por lo que pronostican las augurios mayas y otras fuentes, no falta demasiado para observar un colapso global. Para los más escépticos, quienes no adjudican valor alguno a las cuestiones religiosas o a las advertencias de pueblos antiguos, el cambio climático y el calentamiento global, con sus terremotos, tsunamis y otras catástrofes, aparecen como datos insoslayables que manifiestan que algo no anda bien y que, de no mediar una respuesta humana inmediata, un verdadero desastre mundial es, cuanto menos, muy probable.
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