Deriva de Bartolomé. Cuando en España a los así llamados se les empezó a decir, cariñosamente, Bartolo, no faltó quien asociara este simpático apelativo con un ciudadano cualquiera, sin identidad propia, al que se le fueron agregando cualidades negativas, tales como vagancia, desorden, imprecisión y otras. Así fue que, por transición, decir “¡A la Bartola!” quiere significar que algo se hace al estilo de Bartolo: atolondrado o sin ganas, se trate de un trabajo doméstico o de un remate en el fútbol.
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