Sin bien quedan unos cuantos buzones en nuestro país, es real que cada vez hay menos y que su uso ha disminuido considerablemente, al verse reemplazada la correspondencia tradicional por otros métodos.
Se sabe que los buzones, desde el origen del correo en Argentina hasta pocas décadas atrás, pertenecían al Estado y estaban asentados en numerosos lugares de la vía pública. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, se impuso la frase en cuestión, apuntando a aquellos ciudadanos de Buenos Aires, caracterizados como vivos o piolas, que intentaban “venderle un buzón” a gente poco avispada o a inocentes pueblerinos recién llegados a la metrópoli. Desde entonces, la expresión alude a estafar a alguien, o al menos intentarlo, abusando de la confianza o de la ignorancia del interlocutor de turno.
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