Se trata de otra sentencia pueblerina. En este caso se cuestiona la delicadeza o la exigencia permanente a la hora de comer. La crítica se dirige a aquellos que todo el tiempo se quejan por la cantidad o por la calidad de los alimentos. La idea que entraña, de manera contundente, es que si alguien tiene hambre verdadero no pondría tantos reparos al comer y sería capaz de devorar cualquier cosa que le ofrecieran, incluso piedras. Seres humanos que hayan ingerido piedras por una gran desesperación, no se conocen, pero sí hay un relato mitológico griego que nos acerca al ejemplo de la frase. Se trata de la historia de Cronos, padre de dioses. Como Cronos había arrebatado el trono a su padre Urano, quiso evitar un destino semejante y devoraba a cada hijo que nacía de su unión con Rea. Su pareja, harta de tal situación, al parir a Zeus lo ocultó y en su lugar le entregó al voraz tirano una piedra envuelta en trapos. Cronos, confiado, comió lo que creía su último hijo sin saber que este hecho marcaría a la larga el fin de su despótico reinado. No habrá sido por hambre, pero ahí tenemos el caso de uno que se engulló una piedra.
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