De aplicación genérica a los casos en que no se realiza una administración adecuada del tiempo. Más asiduamente, se usa para advertir o recriminar a los perezosos, a los que dejan labores o actividades pendientes para otra ocasión. Más allá de ser utilizada en situaciones convencionales, la frase también sirve para cuestiones de fondo, más profundas si se quiere, pues no apunta, necesariamente, al hoy ni al mañana en un sentido estricto, sino que alude, de manera más amplia, al presente y al futuro. Con ella se sostiene que nunca es recomendable confiar en el porvenir, que puede no llegar o, menos drásticamente, puede depararnos sorpresas negativas. Suele ocurrir que es demasiado tarde para solucionar temas pendientes y, para peor, las consecuencias de nuestra desidia pueden tornarse ineludibles.
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