Esta frase, a modo de interrogación irónica, se emplea cuando alguien quiere pagar algo y no se le acepta. Los motivos pueden ser variados. Por ejemplo, cuando alguien se obstina en invitar y hacerse cargo de los gastos en una comida, el invitado puede apelar a ella casi en carácter de ofendido. También se usa cuando uno quiere seguir bebiendo y, por el estado del cliente, la persona que atiende no admite darle más alcohol. Parece que en una situación como esta última es donde nació la popular frase. Se cuenta que un borracho había consumido demasiado en un bar y el dueño del local se negó a venderle más licor. El beodo, airado, confuso, sin entender la razón de la negativa, le espetó: “¿Por qué no me querés vender… Acaso mi plata no vale?” La historia ha quedado suspendida en ese punto, sin que sepamos si el borracho protagonizó un escándalo o, por el contrario, el vendedor convencido por el argumento, abrió una nueva botella.
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