Frase con la que se condena el proceder de aquellos que dicen cosas sin sentido, que carecen de veracidad o que demuestran escasez o ausencia de conocimiento. El que habla de tal forma lo hace sólo porque nada le cuesta, pues se considera que el aire, por el que se propagan las palabras, es gratis. Esto fue cierto hasta que las líneas aéreas y las emisoras radiales comenzaron a pagar por utilizar el aire.
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