Hace mucho tiempo que los bares se convirtieron en una especie de ateneo popular, lugar de reunión de personajes variopintos que pasan buena parte de sus vidas en esos templos del saber, pero de un saber muy especial. Las frondosas y ríspidas discusiones que tienen espacio en los bares (esto incluye tabernas, cafés y otros sitios del estilo) suelen carecer de argumentos u opiniones fundadas en el conocimiento académico o en la llamada cultura erudita. En verdad, la filosofía de bar es una etiqueta que intenta colocar en un escalón inferior a los debates y a las conclusiones que tienen como fuente generadora los encuentros entre personas que no acreditan una formación sistemática muy elevada, aunque esto no suceda en un bar. El concepto que encierra tiene un valor relativo, pues se sabe que múltiples intelectuales y sabios bohemios han protagonizado admirables tertulias en muchos bares del mundo. A esto podemos agregar que mucha gente formada termina sus días sin haber exclamado jamás una idea interesante.
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