Se adjudica a los esclavos negros en América del Norte. Aquellos que mutaron sus creencias y se convirtieron a la fe cristiana, cuando estaban esposados o con las manos atadas y no podían usarlas con libertad para formar una cruz o santiguarse, apelaban a cruzar dos dedos de alguna mano para darle forma al símbolo de los cristianos y así invocar a Dios o elevar una plegaria. Se trataba, entonces, de un recurso para practicar la fe ante situaciones adversas, muy alejado del sentido actual. Hoy consiste en un gesto supersticioso, al que se apela para espantar la mala suerte.
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