Quien se baña en agua bendita, figuradamente, es una persona cuyos pensamientos y acciones están, habitualmente, impregnados de bondad, honestidad y transparencia. Su vida es casi como la de un santo. Como existen pocos que puedan exhibir semejante conducta, la frase se emplea, salvo en casos de burla, en su formulación por la negativa. Por ejemplo, es común escuchar que alguien diga: “Yo no me baño en agua bendita”, para graficar con esta figura que no siempre actúa de la mejor manera, que ha hecho cosas reprobables a lo largo de su vida. El agua bendita es, en primer término, agua, pero que ha sido bendecida por alguna persona que tiene la facultad para hacerlo, como puede ser un sacerdote. Antes de que se bendijeran las aguas, existía un rito, primero pagano y después cristiano, que consistía en volcar un poco de agua, por ejemplo de algún río, sobre la cabeza de un persona con fines de iniciación o purificación invocando a una divinidad. De tal práctica surgió la costumbre de bautizar, acción mediante la cual se incorpora, digamos oficialmente, a un credo determinado. En el cristianismo, lo más recordado al respecto es el bautismo de Jesús en el río jordán, por parte de Juan, llamado el Bautista por ejercer tal práctica.
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